Había
una vez un niño llamado Peter que quería tener un perro, pero sus
padres no le dejaban. Peter tenía 9 años, aunque ya sabía mucho
sobre perros, porque había leído muchos libros y sus amigos tenían
perros, por lo que alguna vez había jugado con ellos.
Esas
Navidades él había pedido a Papa Noel un perro, pero, como las
Navidades pasadas, sabía que no se lo iba a traer.
Un
día, se fue a la plaza del barrio a pasear con sus amigos y se
encontró con un perro, de raza labrador sucio y abandonado y muy
pequeño. Todos los amigos dijeron que pasando pero Peter no, él
quería aquel perro y lo cogió. Cuando llegó a casa, sus padres no
lo admitieron pero, al final, les dio tanta pena que le dijeron a
Peter que se lo podía quedar.
Este
llamó al perro Biscuit.
Peter
le dio a Biscuit todo el cariño que prometió: jugaban juntos en el
parque, le daba toda la comida que quería e incluso alguna noche se
lo llevó a su cuarto a escondidas para dormir juntos. Biscuit siempre
esperaba Peter en la parada del autobús del colegio. En verano
jugaban juntas en la arena y en el agua con los amigos de Peter. En
poco tiempo, Biscuit, por su lealtad y fidelidad se convirtió en un
miembro más de la familia.
Pasaron
los años y Peter se fue a la universidad y se echó novia. Durante
ese tiempo, entre los estudios y los amores, Biscuit pasó a un
segundo plano.
Quiso
la mala fortuna que Peter, en unas vacaciones de Navidad, cuando
regresaba de la universidad a su casa, tuviera un accidente grave de
coche. Peter fue hospitalizado durante más de dos meses, entre la
vida y la muerte. Durante todo ese tiempo, Biscuit permaneció en la
puerta del hospital, esperando en la puerta a su dueño y su mejor
amigo se recuperara.
Al
final, Peter no pudo recuperarse de su trágico accidente y falleció.
Fue enterrado en el cementerio de su ciudad y desde entonces no ha
pasado ni un solo día en el que Biscuit haya faltado a visitarlo
para acompañar a su gran amigo junto a su tumba.
Un
día, Biscuit, cuando ya era un perro viejo, desapareció. Después
de mucho buscarlo lo encontraron muerto tumbado junto a la tumba de
su mejor amigo Peter.
Esta
historia que yo he narrado cambiando nombres y personajes,está
cogida de una historia real muy parecida que pasó en Almería, con
una persona mayor y un perro en el hospital de Torrecárdenas.
La
moraleja de esta historia es que un perro es capaz de ser bastante
más fiel, agradecido y demostrar en muchas ocasiones mejores
sentimientos que las mismas personas humanas.
Por
algo dicen: que el perro es el mejor amigo del hombre.
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